lunes, 19 de mayo de 2025

LA TUMBA DE SAN PEDRO


      Era costumbre en el mundo antiguo fijar algún lugar en el que había ocurrido un hecho extraordinario, que sus seguidores, con la intención de que no cayera en el olvido y ante la falta de otros medios que, podríamos denominar, más modernos, levantaran algún tipo de monumento, o tratarlo con alguna significación especial de mayor o menor envergadura, según  la capacidad de los interesados para que no cayera en el olvido de las futuras generaciones. Algo así, ocurrió con la tumba del apóstol Pedro, al que Jesús mismo nombró su representante en la tierra para cuando Él no estuviera.  Además, en este caso de la tumba y restos de San Pedro, la tradición, la historia, la arqueología, la epigrafía y la antropología forense van de la mano.

     En época de Nerón, en la segunda mitad del siglo I tuvo lugar una persecución cruenta contra los cristianos en Roma, en la que se vio envuelto el propio Pedro que fue crucificado boca abajo, pues él mismo no se consideraba digno de morir como su Señor. Ejecutado en el circo, fue enterrado cerca en la colina Vaticana en una humilde sepultura en el suelo. El historiador Eusebio de Cesarea (siglos III-IV), nos transmite que en el siglo II un pequeño monumento funerario (con el objeto que ya apunté al principio), lo destacó en su tiempo el presbítero Gaio en el siglo II. A este pequeño monumento (edículo) se le conoce precisamente como “Trofeo de Gaio”, lo cual dio lugar a peregrinaciones a este lugar por parte de los antiguos cristianos.

Trofeo de Gaio (maqueta)
     Constantino I, el primer emperador cristiano, ordenó que se erigiera una basílica en el siglo IV para ennoblecer este emplazamiento tan importante para los seguidores de Cristo, de la que hoy en día no queda nada. En vista de ello, el papa del siglo VII Gregorio Magno, también hizo levantar una construcción en el mismo sitio, camuflada por otra obra en el siglo XIII por decisión del papa Calixto II. Una vez que llegamos al Renacimiento, con el papa Julio II en el siglo XVI, comenzamos a ver la actual basílica del Vaticano, y justo bajo su cúpula que inició Miguel Ángel, y acabada por sus discípulos, se levanta imponente esta edificación, bajo ella, y en el centro de la misma se encuentra la tumba del apóstol. Así que, todos los edificios que se llevaron a cabo a lo largo de la historia, respetaron desde el primer momento el sepulcro del primer papa.

     Excavaciones arqueológicas llevada a cobo en 1939, descubrieron un gran número de tumbas paganas, pero una de ellas presentaba ilustraciones cristianas, e incluso una pared coloreada de rojo en la que se había levantado el Trofeo de Cayo, ya mencionado. En fin, se iba por buen camino, pero el inconveniente era que no había restos óseos. Un hecho afortunado permitió que Margherita Guarducci, epigrafista y arqueóloga de gran prestigio, observara que sobre la pared del primitivo inmueble había unos grafitis en lengua griega, que indicaban que Pedro estaba allí, especialmente dos: “Cerca de Pedro” y “Pedro está aquí -Petros eni-”. Llegada a este punto, fue informada que con anterioridad los trabajadores habían hallado un nicho en la pared cubierto de mármol, y que habían sacado los huesos. Lo cual sugería que tenían una alta probabilidad de ser las reliquias de San Pedro. Además, el monograma que los primeros cristianos, e incluso los de hoy en día, utilizan como señal de Pedro, es decir, una llave, que es lo que da a entender una “P” y una “E” mayúsculas en el palo de la “P”.

     Por otra parte, respecto a los huesos, los cuales fueron cambiados de sitio en distintos momentos, aunque siempre cercanos al original donde se encontraban, los examinó el catedrático de antropología de la Universidad de Palermo, Venerato Correnti. Después de un concienzudo estudio, observó que los huesos tenían tierra igual que la de la tumba atribuida a San Pedro, mientras los demás huesos extraídos de la catacumba no la tenían, además de un color rojizo que provenían, probablemente, de un paño dorado y púrpura en el que fue envuelto el cadáver junto con hilos de oro. Todo indica que estamos ante un personaje importante y sus huesos fueron retirados del emplazamiento original para proteger su dignidad. Todos estos huesos pertenecen a la misma persona; robusta, de unos 60 o 70 años y vivió en el siglo I. Por último, un detalle que no podemos perder de vista, es que no había restos de los pies, lo que confirmaría la antigua costumbre romana, de aquellos que crucificaban boca abajo, como es el caso, le daban un hachazo a la altura de los tobillos para que cayeran de la cruz, que les era menos molesto que desatarlos. No me gustaría terminar, sin contar una curiosa anécdota. Resulta que junto a los huesos del apóstol aparecieron también unos huesecillos de ratón, que probablemente se coló en la tumba y después no encontró la salida.

     En consecuencia, cuando el papa está diciendo misa en el altar mayor de la Catedral de San Pedro, justo debajo, se encuentra la tumba del apóstol.

       R.R.C.