lunes, 8 de abril de 2013

"NO COCERÁS EL CABRITO EN LA LECHE DE SU MADRE "


     Hasta en tres ocasiones se menciona en el Antiguo Testamento y más concretamente en el Pentateuco (los cinco primeros libros que integran la  Biblia), lo que para los judíos es La Torá, es decir, la Ley de Moisés, este mandato de Yahvé a su pueblo de no cocer el cabrito en la leche de su madre. En primer lugar, lo leemos en el Éxodo cap. 24 vers. 19, en donde aparece al final de una serie de normas que el pueblo elegido tenía que cumplir en la celebración de las fiestas en Israel. También lo encontramos en el Deuteronomio cap. 14 vers. 21 como colofón de una serie de preceptos de carácter alimenticio. En tercer lugar, y lo dejo para el final, porque se encuentra en un contexto, digamos más especial, aparece como último mandato en el cap. 34 vers. 26 del Éxodo, en una narración comprendida entre los versículos 14 al 26 y que algunos estudiosos han convenido llamar “decálogo cultual”, diferente al que aparece en el cap. 20 del mismo libro, los tradicionales Diez Mandamientos que todos conocemos y que al menos antes nos enseñaban en la escuela. Igualmente, se le llama Código yahvista de la Alianza, el cual trataría sobre prescripciones cultuales: fiestas, primicias, sacrificios; además del descanso sabático y de la prohibición de la idolatría, que también se encuentran en los Diez Mandamientos, por cierto, lo único en común que tendrían los dos decálogos: el tradicional compuesto por preceptos morales y el cultual compuesto por mandatos rituales. Ahora bien, aunque no hay conformidad en su distribución en diez mandamientos, los dos versículos siguientes al 26 que acabamos de ver dicen: “Dijo Yahveh a Moisés: consigna por escrito estas palabras, pues a tenor de ellas hago alianza contigo y con Israel. Moisés estuvo allí con Yahveh cuarenta días y cuarenta noches, sin comer pan ni beber agua. Y escribió en las tablas las palabras de la alianza, las diez palabras”. Aunque se puedan hacer otras interpretaciones de estas líneas, hay quién lo hace como una prueba de que nos encontramos ante un nuevo decálogo, ¿o más antiguo que el tradicional conocido por todos? Ya veremos más adelante.

     Bien, ¿pero cómo quedaría formulado un decálogo de los versículos 14 al 26 del capítulo 34 del Éxodo? Según recoge el antropólogo británico y experto en historia de las religiones J.G. Frazer en su libro El folklore en el Antiguo Testamento y que atribuye al profesor Kennett, este sería el resultado:

     1. Yo soy Yahveh, tu Dios; no adorarás a otro Dios (v.14)

     2. Guardarás la fiesta de los ácimos; durante siete días comerás panes ácimos (v.18)

     3. Todo primer nacido es mío, y todo primer parto macho de tu ganado, ya mayor, ya menor (v.19)

     4. Guardarás mi sábado; seis días trabajarás, más en el séptimo descansarás (v.21)

     5. Celebrarás la fiesta de las semanas, de las primicias de la siega del trigo (v.22)

     6. La fiesta de la recolección celebrarás, al tornar el año (v. 22)

     7. No sacrificarás la sangre de mi sacrificio junto con pan fermentado (v.25)

     8. No guardarás hasta la mañana siguiente la grasa del sacrificio de la fiesta de la Pascua

     9. Las primicias de los primeros frutos de tu tierra traerás a la casa de Yahveh, tu Dios (v. 26)

     10. No cocerás el cabrito en la leche de su madre (v.26)

     Frazer publica otra versión de diferente autor, además de la que acabamos de leer, que presenta ciertas divergencias, pero coincide en el aspecto que aquí nos ocupa, o sea, en lo que vendría a ser el décimo mandamiento: No cocerás el cabrito en la leche de su madre, de esta versión llamada, a veces, cultual de los Diez Mandamientos.

     Cabría plantearse dos preguntas. En primer lugar, por los motivos de esta prohibición y en segunda instancia ¿es tan importante como para elevarla al rango de mandamiento, aunque aparezca en décimo lugar? Cuestión aparte sería la antigüedad de este decálogo, que aunque aparece como posterior al tradicional, para Frazer es anterior, ya que se trata de normas rituales, a las que hay que presuponerles una antigüedad mayor que a las normas morales que componen los Diez Mandamientos, por el simple hecho de que cualquier sociedad evoluciona en este sentido, de lo ritual a lo moral, y no al revés, lo que supondría una involución. Esa es la labor que reserva a los profetas del Antiguo Testamento, el conducir al pueblo de Israel del decálogo primitivo que no se preocupaba por el hombre y sus relaciones con los demás, al nuevo que sí lo hace, con mandatos tan contundentes como: no matarás, no robarás, no levantarás falso testimonio..., lo cual llevará a la sociedad a unos niveles de exigencia moral mucho más elevados, con lo que se avanzaría en la dirección adecuada. Sin embargo, el eminente exégeta M. García Cordero sostiene lo contrario, y esto parece ser la postura generalizada de la iglesia, que esta serie de prescripciones relativas a las fiestas de carácter agrícola y a los sacrificios refleja ya una sociedad  sedentarizada. Por ello son posteriores a Moisés, cuando el pueblo elegido todavía era nómada.

 
      Sobre la práctica pagana o idolátrica de cocinar carne de cabrito en leche de su madre no se conocen antecedentes seguros. Según las notas a pie de página de los traductores al español de La Biblia de Jerusalén, ésta era una costumbre cananea señalada en los textos de Ugarit. Hay quien va más allá y apunta que esta prohibición alude a un rito mágico practicado por dichos cananeos, que consistía en cocinar un cabrito en leche (quizá la leche de su madre, normalmente es el animal que más a mano tendrían) y rociar con ella luego el suelo para hacerlo más productivo. En definitiva, estaríamos ante la presencia de un ritual mágico, de pueblos que habitaron la misma tierra que los judíos, Canaán, y que Yahveh trataría de evitar entre los suyos, elevando la norma prohibitiva al rango de mandamiento.

     También podemos ir por otros derroteros y buscar a este mandato un sentido espiritual que nos ayude a entender su contundencia in illo tempore, ya que, en el fondo, lo que se trataría de inculcar en la conducta del hombre es la virtud de la misericordia, por la crueldad que suponía el hecho de comer la carne del cabrito preparada en la leche de su propia madre, de la misma que le serviría a él para crecer y desarrollarse, según el orden natural impuesto por Dios, se utilizaría para todo lo contrario, es decir, para cocinarlo una vez muerto. La leche, fuente de vida en La Torá, la emplearíamos para preparar la carne que vamos a comer, símbolo de muerte, pues así tiene que estar el animal para degustarlo. Si la leche es símbolo de vida en el Pentateuco, la carne es todo lo contrario, símbolo de muerte, y ambas cosas no se deben mezclar, no pueden ir juntas, un buen judío no debe deleitarse con esta práctica, sería una muestra de su insensibilidad, y todavía hoy se puede observar en personas de esa religión, que después de consumir leche tienen que esperar un tiempo para poder consumir carne. Así que, esta prohibición también conlleva una conducta de orden alimentario.

     Por otra parte, este mandamiento habría que interpretarlo en un contexto más amplio dentro de la Torá judía, pues la Ley, contenía varios preceptos similares que condenaban la crueldad hacia los animales y que no se podía atentar contra el orden natural de las cosas. Por ejemplo, no se podía sacrificar un animal que no hubiera estado por lo menos siete días con la madre (Levítico cap. 22 vers.27), o degollar a un animal y su cría el mismo día (vers. Siguiente). Por lo tanto, la Ley no se puede ver sólo como una serie de mandatos y prohibiciones, sino que trata de inculcar una elevada sensibilidad moral en el hombre.

     Volviendo a Frazer, la interpretación que hace de este asunto está en concordancia directa con los principios de la magia simpatética, que establece en una obra anterior a la mencionada y que se llama La rama dorada. En ella afirma, que algo que ha estado en contacto con un objeto, animal o persona, aunque se separe, sigue teniendo una relación “simpática” con él. Aplicando este principio al tema que nos ocupa, concluiríamos que si un cabrito se cuece en leche de su madre, o de otro animal cualquiera, pondríamos en peligro la vida de ese ejemplar, que se vería afectado en sus entrañas, sería como hervir la leche en sus propias ubres. Luego la leche no se debe de hervir, porque pondría en peligro al animal del que la hemos obtenido y, por ende, a todos los habitantes de la comunidad, sobre todo si se trata de una sociedad cuyo principal recurso sea la ganadería. El daño de esta conducta aún sería peor que el robo o el asesinato, pues por grave que sea, sólo afectaría al implicado y no a toda la población. Esto explicaría para J.G. Frazer el hecho, de que, antes que se prohibiese el robo o el asesinato, se legislara sobre la imprudencia que suponía, más que cocer el cabrito en la leche de su madre, el hecho mismo de cocer la leche, por el riesgo que esta acción constituiría para todos. Para entender esta aseveración, hay que tener presente que este autor defiende la idea de que el hombre antiguo creyó en la magia, antes de hacerlo en la religión, ya que ésta se impondría cuando nuestros antepasados empezaron a darse cuenta de que la magia no funcionaba y no les solucionaba sus problemas, fue entonces cuando se hizo religioso y descartó, poco a poco, sus creencias mágicas, que aún hoy perduran. Lógicamente, Frazer llegó a estas conclusiones desde una posición atea.

     El lector, si lo desea, puede optar por la posición de que el mandato divino de no cocer el cabrito en la leche materna, lo que trata en el fondo es de cambiar el espíritu del hombre convirtiéndolo en un ser misericordioso, ese sería el plan de Dios, o bien evitar que el pueblo elegido se contagie de una práctica mágica llevada a cabo por una sociedad pagana. ¿O ambas cosas a la vez son posibles?

     Ustedes mismos.
       R.R.C.