Es una
preciosa e interesante copa del siglo IV de nuestra era. Presenta unas medidas
aproximadas de 16 cm de altura y 13 cm de ancho. Conservada en el Museo
Británico desde la década de 1950 es, posiblemente, la pieza de este tipo más
preciada que nos ha legado la civilización romana y, desde luego, la única que
presenta la curiosa propiedad que veremos más adelante. Los arqueólogos piensan
que se elaboró en la región del Lazio en el centro de la península itálica.
Otros apuntan a la ciudad de Alejandría en el norte de Egipto como lugar más
probable de su fabricación. Pero lo que sí es cierto, es que no se sabe nada de
ella hasta 1845.
Está elaborada con un vidrio dicroico, es
decir, cambia de color según la incidencia de la luz. Si ésta se refleja sobre
ella, la vemos de color verde jade y si el foco lo ponemos detrás, de modo que
la luz la atraviese, la veremos de color rojizo. Imaginemos lo que deberían
pensar los romanos cuando presenciasen este misterioso efecto lumínico, ¿magia?,
sin tener los conocimientos físicos necesarios para poder explicar este
fenómeno que, por otra parte, se han hecho esperar hasta la segunda mitad del
siglo XX.
¿Cómo consiguieron los artesanos romanos
este efecto dicroico? Resulta evidente que sabían cómo hacerlo, que fue una
característica buscada en la elaboración de ciertos objetos de vidrio que
lamentablemente no han llegado hasta hoy. Descubrieron que si añadían al vidrio
diminutas partículas de oro y plata en una determinada proporción, que debía de
ser exacta, se conseguía esta propiedad óptica de cambio de color. La copa
tiene una composición química similar a otros vidrios de época romana: sílice,
sosa y cal; 0,5 de manganeso y otros elementos en trazas; y como he dicho
anteriormente, cantidades mínimas de plata, concretamente 300 partes por millón
y 40 partes por millón de oro. Cuando la luz incide en estas nanopartículas de entre
50 y 100 nanómetros*, excitan su nube
electrónica, y este movimiento de los electrones, provoca el color verde de la
copa como consecuencia de las partículas de plata y el rojo de las de oro. Por otra
parte, el antinomio utilizado en una proporción del 0,3% es el agente reductor
necesario para que se formen las nanopartículas, que el análisis de rayos X
determinó que su composición en plata y oro era en una relación de 7:3, también
es indispensable obtener la temperatura alcanzada para moldear el vidrio y, por
último, una atmósfera adecuada en el lugar donde se desarrolla el proceso. Todo
ello, según un artículo de J.M. Oliva Montero. En fin, y para no extenderme
más, aquí tenemos un ejemplo de lo que se puede conseguir cuando la ciencia y
el arte se dan la mano.
En cuanto al
tema que representa, lo obtiene de una leyenda de la mitología griega, en la
que narra la agresión que sufre una de las ménades del dios del vino Dionisos,
por parte del mítico rey de Tracia Licurgo. Ésta solicita la ayuda de la diosa
Gea, convirtiéndola en una planta de vid y, de esta manera, aprovechó las ramas
que posee este arbusto para enredar y capturar al malvado rey (justo el momento
que elige el artesano para representar en la copa), y finalmente matarlo. Hay
que advertir, que tanto el pie, como el borde de la copa hecho en bronce
dorado, son una añadidura posterior, concretamente del año 1800, y guardan una
perfecta correspondencia con la antigua decoración de hojas de vid caladas.
*Un nanómetro
es una unidad de longitud que equivale a 10 elevado a -9 metros, es decir, a la
millonésima parte de un milímetro.
R.R.C.