Quiero dejarlo claro desde el principio
de esta entrada: Jesús existió realmente. En la actualidad, no hay ningún
historiador serio que sostenga lo contrario de esta afirmación, por muy
anticristiano que se manifieste, bien al contrario, sostienen que hay
suficientes evidencias de su existencia y de su paso por este mundo. De otros
conocidos personajes históricos conservamos mucha menos información y nadie los
cuestiona. Sabemos que nació en la provincia romana de Judea siendo emperador
Octavio Augusto, que allí desarrolló su labor de predicación y murió en la cruz
en tiempos del emperador Tiberio. Los primeros documentos que hablan de Él, son
tan sólo de unos cuarenta años después de su muerte, no son muchos, si
comparamos con otros casos de la época antigua, en los que no hay problema para
admitir su historicidad(1). ¿Qué
pruebas hay? Vamos a ello:
En primer lugar, tenemos los Evangelios
conocidos por todos que se escribieron en la segunda mitad del siglo I y los
podemos considerar fuentes históricas, además de los Hechos de los Apóstoles y
Epístolas que aparecen en el Nuevo Testamento(2). Son las fuentes más estudiadas, examinadas y analizadas, sin miedo a equivocarme, de todas las que
existen. En su contra, se podría decir que son testimonios interesados de
personas partidarias de Jesús. Es cierto, y aunque los evangelistas no son
historiadores en el sentido estricto, sino autores que dan testimonio de su
fe, de ellos se puede obtener mucha
información histórica de la época y de la persona Cristo. La presencia real de
Jesús está atestiguada por documentos
cristianos, judíos y paganos. Tenemos testimonios de enemigos acérrimos
próximos cronológicamente, como el del
filósofo griego del siglo II Celso, que lo acusa de practicar magia aprendida
en Egipto y no hubiera dudado en negarlo de haber guardado la más mínima duda
sobre su existencia.
Por otra parte, el testimonio de los Apóstoles que convivieron con Jesús es
de una gran relevancia, pues si exceptuamos a Judas y a San Juan, dieron su
vida sin dudarlo y de una manera voluntaria, por sostener que su maestro era El
Mesías. Sería inexplicable esta conducta; de dar su vida, y abandonar sus
familiares y labores anteriores de no haber existido, y además, haber visto en
Él algo extraordinario que les llevó a cambiar sus vidas para siempre.
Entre los testimonios extracanónicos, los
no contenidos en el canon bíblico, tenemos el de los Padres Apostólicos, que no
conocieron a Cristo, pero estuvieron en contacto con los Apóstoles. El de los
Padres Apologetas que fueron los que defendieron la doctrina cristiana en los siglos II y III, entre los que podríamos
mencionar a Tertuliano y a Orígenes, y por supuesto, los Padres de la Iglesia y
demás autores eclesiásticos, algo posteriores a estos últimos, de los siglos IV
y V.
Recordar también la multitud de evangelios
Apócrifos, de autores desconocidos y escritos en distintos siglos, que
posiblemente tratan de satisfacer la curiosidad de los antiguos cristianos de
conocer detalles de la vida de Jesús, que tras su estudio, podríamos obtener
algunos datos. En este apartado podríamos incluir los evangelios Gnósticos, que
al igual que los anteriores, no están reconocidos por la Iglesia, pero que
cuidadosamente examinados nos darían
información.
Los testimonios judíos(3) con los que contamos son escasos, pero los hay, como podemos
comprobar en la literatura rabínica. Los rabinos, sin pretenderlo, con sus
burlas a Jesús, acusándolo de hechicería y que nos dejaron por escrito,
hicieron un gran favor a su causa, pues al ser enemigos declarados suyos confirmaron su existencia sin lugar a dudas.
Los testimonios paganos que tenemos proceden de los historiadores romanos, si bien, prácticamente se limitan a
mencionar a Cristo, o a los cristianos. Es
el caso de un tal Talo, que parece
ser un historiador romano o samaritano del siglo I, menciona las tinieblas que
sobrevinieron a la muerte de Jesús explicándolas como un fenómeno natural:
"En su tercer libro de historias, Talo llama a estas tinieblas un eclipse
de sol. Contra la sana razón, a mi juicio", como matiza el historiador
romano de ideas cristianas Julio Africano, muy relacionado con la dinastía
imperial de los Severos. Plinio el Joven, en su Carta a Trajano, describe la
plaga en la que se habían convertido los cristianos, así como el fuerte arraigo
que tenían en su creencia. En su obra “Anales del Imperio romano”, Tácito menciona
a los cristianos y afirma que su fundador Cristo fue condenado a muerte por el
procurador Poncio Pilato, siendo emperador Tiberio. Suetonio, en “La vida de los doce césares”, cuando narra la de Claudio afirma que
expulsó de Roma a los judíos por hacer revueltas inspirados por Cristo.
He dejado para el final al gran
historiador judío del siglo I Flavio Josefo y su crónica “Antigüedades judaicas” escrita hacia el año 93 o 94, en la que narra
la historia del pueblo judío. En los párrafos 63 y 64 del capítulo XVIII que
se conocen con el nombre de Testimonio Flaviano habla de Jesús de Nazaret. Dice
lo siguiente:
“Por ese tiempo existió
Jesús, un hombre sabio, si es que hay que llamarlo hombre. Era, en efecto,
hacedor de obras extraordinarias y maestro de hombres que acogen con placer la
verdad. Atrajo a sí a muchos judíos y también a muchos griegos. Él era el
mesías (cristo). Aunque Pilato, por denuncias de los hombres principales entre
nosotros, lo castigó con la cruz, no lo abandonaron los que desde el principio
lo habían amado. Él, en efecto, se les apareció el tercer día nuevamente vivo,
pues los divinos profetas habían ya dicho éstas y otras muchas cosas admirables
acerca de él. Y todavía ahora sigue existiendo la tribu de los que por éste son
llamados cristianos” (XVIII 63-64).
Siguiendo al profesor doctor Antonio Piñero(4), experto en cristianismo
primitivo, si quitamos a este párrafo lo que parece seguro que fue una
interpolación llevada a cabo por copistas cristianos de los primeros siglos,
del IV probablemente, el texto quedaría como sigue:
“Por ese tiempo existió
Jesús, un hombre sabio. Era, en efecto, hacedor de obras extraordinarias y
maestro de hombres que acogen con placer la verdad. Atrajo a sí a muchos judíos
y también a muchos griegos. Aunque Pilato, por denuncias de los hombres
principales entre nosotros, lo castigó con la cruz, no lo abandonaron los que
desde el principio lo habían amado. En efecto, todavía ahora sigue existiendo
la tribu de los que por éste son llamados cristianos” (XVIII 63-64).
Para lo cual, no habría ningún problema en
aceptar este último texto como originario de Josefo, respetaría su estilo y no
entraría en contradicción con sus escritos. Además, resultaría muy extraño que
no dijera nada de Jesucristo, cuando en su obra se refiere a personajes de la
época que no dejaron ninguna huella, mientras que ya había suficientes
cristianos a finales del siglo primero para que merecieran su atención.
Por otra parte, hay que tener en cuenta,
que el cristianismo se inició en los confines del Imperio romano, muy alejado
de Roma, su centro político, en donde el surgimiento de una nueva religión abrazada fundamentalmente por la gente más humilde, no suponía ningún motivo de
preocupación ni de desestabilización, lo que explicaría la falta de interés de
los historiadores romanos por esta cuestión, despachando el asunto con breves
reseñas. Pero aun así, contamos con suficientes testimonios extrabíblicos, que
podríamos elaborar una biografía
bastante completa de Jesús, sin necesidad de recurrir a los Evangelios. No se
podría decir lo mismo de otros personajes del mundo antiguo, si no contáramos
con las escasas y a veces interesadas fuentes de las que disponemos. Por poner
un ejemplo. El ya mencionado Celso, en su obra “Discurso verídico contra los
cristianos”, el cual conocemos gracias a la cumplida respuesta que da Orígenes
al mismo, nos aporta datos suficientes para reconstruir la vida y muerte de
Jesús, una vez depuradas las mezquindades e insultos que le dedica.
Por último, la lámina de bronce hallada en
Jordania que ilustra esta entrada, podría ser la imagen más antigua que tenemos
de Jesucristo, en la que aparece un rostro con corona de espinas y la leyenda
“Salvador de Israel”. Descubierta entre el 2005-7 y realizada inmediatamente
después de la crucifixión. Su tamaño es muy reducido, como el de un carnet de
identidad, sería un indicio arqueológico que podríamos añadir a las fuentes
escritas.
Bien, creo que he puesto de manifiesto,
que hay pruebas suficientes para sostener la afirmación que inicia este escrito. No obstante, hay
quién se empeña en negarlo todo, que todo es falso e interesado, o bien,
interpolaciones(5) y manipulaciones
posteriores de los textos originales (que por desgracia no han llegado hasta
nosotros, al igual que ocurre con la mayoría de los documentos de esta época, e
incluso más tardíos), llevadas a cabo por copistas o escritores
malintencionados, probablemente para mantener situaciones de privilegio u otras
cuestiones inconfesables. ¡Qué le vamos a hacer!
(1)Las doctrinas de Buda no se pusieron por escrito
hasta, al menos, 500 años después de su muerte. Otro ejemplo, la biografía del
conocido conquistador del Mundo Antiguo Alejandro Magno se redacta 300 años más
tarde de sus conquistas. Así podríamos seguir con multitud de personajes
históricos, a los que nadie se les ocurriría plantear la más mínima sombra de
duda.
(2)El Nuevo Testamento es el libro con mayor número de
copias antiguas y más cercanas a los textos originales en griego de todos los
que nos han llegado de esa época. Existen casi 5800 copias de fragmentos, o de la totalidad del mismo en su idioma
original, y varios miles más en copto y latín. Además, la concordancia que se advierte
entre estos manuscritos es mucho mayor que en cualquier otro libro de la
antigüedad y, algunos de ellos, datan de los siglos III y IV, e incluso, el
fragmento más antiguo del cuarto Evangelio se remonta a principios del siglo
II; y lo más sorprendente: no difiere en absoluto de los que ya conocíamos.
(3)Los textos que en el Talmud y midrás afectan a Jesús
son aproximadamente una quincena. De entre los cuales, tres o cuatro lo nombran
de una manera expresa, y, un par de ellos transmiten alguna noticia sustancial.
Lógicamente, estos textos no pudieron ser manipulados por cristianos
interesados en difundir unos hechos que no se corresponden con la realidad.
(4)Agnóstico declarado, no admite la divinidad de Jesús.
Sin embargo, cuando le preguntan por su existencia real contesta: “el 99,9% de
los investigadores serios -ateos o no ateos, dogmáticos o no dogmáticos, de
derechas o de izquierdas- lo admite”, y añade: "Hay más pruebas de la
existencia de Jesús que de la de Julio César".
(5) ¿Alguien en su sano juicio puede considerar una
interpolación de un copista cristiano lo que afirma Tácito, por ejemplo, en su
ya citada obra “Anales del Imperio romano”? Dice así: Nerón, para divertir esta voz y descargarse (del incendio de Roma,
de dudoso origen, aunque algunos se lo atribuyen al Emperador) dio por culpados de él, y comenzó a castigar
con exquisitos géneros de tormentos a unos hombres aborrecidos del vulgo por sus
excesos, llamados comúnmente cristianos. El autor de este nombre fue Cristo, el
cual, imperando Tiberio, había sido ajusticiado por orden de Poncio Pilato,
procurador de Judea. Por entonces se reprimió algún tanto aquella perniciosa
superstición; pero tornaba otra ver a reverdecer, no solamente en Judea, origen
de este mal, sino también en Roma, donde llegan y se celebran todas las cosas
atroces y vergonzosas que hay en las demás partes. Evidentemente no, un
cristiano de época antigua o medieval, nunca escribiría esto fruto de su pluma.
NOTA I. Me he sentido obligado a escribir
estas líneas sobre la existencia histórica de Jesucristo, ante la avalancha de
opiniones, que sin ningún rigor, abundan en las redes sociales y en comentarios
de muchos medios de comunicación, negando alegremente la realidad que fue Jesús
de Nazaret. Muchas de ellas dando a entender, que aquellos que creen en Él son
gente de bajo nivel cultural o intelectual. Mientras que los que niegan su
presencia aparecen como cultos, científicos e inteligentes.
NOTA II. En mi opinión, quién mejor ha sabido
interpretar la figura de Jesucristo, no han sido los teólogos, ni los
filósofos, ni los historiadores, ni los científicos; no. Han sido los artistas,
los poetas, los literatos, todos aquellos que lo han sabido ver desde el
corazón, desde los sentimientos más íntimos y profundos. Valga de muestra un
ejemplo: Gustav Janouch, poeta nacido en Eslovenia a principios del siglo XX y
fallecido en Praga en 1968, en su libro Conversaciones
con Kafka nos dice lo siguiente: «'¿Y Cristo?' Kafka inclinó la cabeza.
'Cristo es un abismo lleno de luz. Hay que cerrar los ojos para no precipitarse
en él'». Nunca he leído ni he escuchado nada mejor para referirse al personaje
real que fue Jesús de Nazaret.
NOTA III. Hay otras entradas en el blog sobre
Jesucristo con los siguientes títulos: Evidencias
históricas de la resurrección de Cristo según N.H. Wright en su diálogo con A.
Flew; ¿Jesús, o Barrabás?; La piedra de Gabriel; La tumba de Bingen; San Dimas;
y La historicidad de los milagros de
Jesús.
R.R.C.