Entre1426-1427 Masaccio realiza los frescos de la capilla Brancacci, de Santa María del Carmine de Florencia, a los que pertenece esta escena que nos muestra los cuerpos desnudos de Adán y Eva expulsados del Paraíso, regularmente dibujados en escorzo y justamente coloreados. No destaca aquí el estudio de la perspectiva, sino más bien se nos aparece como el más grande precedente de la «terribilitá» miguelangelesca, el hombre de tremendas actitudes y poderosas proporciones.
Destaca el carácter realista de los dos seres torturados por la condena que les ha sido impuesta. A pesar de que la ambientación de la escena es mínima, el espectador recibe un fuerte impacto por la densidad dramática que desprende el tratamiento de la misma. A ello contribuye tanto la presencia del ángel que señala el camino que les conducirá fuera del Paraíso, como la posición de los cuerpos.
El conocimiento de la anatomía se advierte aquí como un factor decisivo, ya que, gracias a ello, el artista puede otorgar la máxima expresividad a cada una de las partes. Además, hay una contraposición en el gesto de dolor y vergüenza de ambos personajes, lo que Masaccio deja patente son las diferencias psicológicas del hombre y la mujer, pues mientras Adán hunde su cabeza entre sus manos, Eva eleva su rostro hacia el cielo en una actitud de grito incontenido, mientras intenta esconder su cuerpo entre sus manos.
La sorprendente capacidad de Masaccio para captar la psicología de los personajes, así como para construir un ambiente determinado con muy pocos elementos, queda perfectamente patentizada en este asombroso fresco. El dramatismo de la escena no se limita a la expresividad de los rostros, a sus gestos o ademanes, sino también a la fuerza de que está provista la figura del arcángel sosteniendo la espada y vestido por completo de rojo. El impacto de color que se produce da como resultado la potenciación del sentido dramático de la composición.
Aunque en el fresco no preocupa la perspectiva, no por ello resulta una pintura plana, como todavía se estaban ejecutando muchas en esta época, pues estamos asistiendo al comienzo de la perspectiva lineal, en la que Massaccio era un verdadero maestro, como nos muestra en otro de sus frescos y más concretamente en la “Santísima Trinidad”. Si nos fijamos en el escorzo del arcángel, que parece salir del fondo, en la prácticamente insinuada puerta del Paraíso, estrecha y elevada y sobre todo, en la tridimensionalidad de los cuerpos de nuestros personajes, en su volumen, que parecen moldeados de arcilla, concluiremos que estamos ante una pintura, en la que se ha creado espacio, en la que los personajes avanzan con paso de fuga, con movimientos rudos, abandonando para siempre el hogar que los vio nacer y ser felices. En cuanto al paisaje, éste no interesa, prácticamente se esboza, un par de montañas de fondo, sin vegetación y un poco de suelo terroso en donde ubicar las figuras. En fin, expulsados por Dios por su desobediencia, que es en el fondo lo que más desconsuelo les produce.
Manuales de Arte. Adaptado por R.R.C.