La escultura romana tiene su origen en la griega, y también como en
ella, existe un importante capítulo helenístico integrado por los artistas
griegos o romanos formados en Grecia y establecidos en Italia, que trabajan en
el estilo de su época o que se ciñen a imitar o copiar los modelos de épocas
anteriores.
Sin embargo, no habrá que desdeñar el influjo etrusco sobre la escultura
romana. Si Grecia dejó sentir su huella en el sentido de una idealización del
retrato, lo que éste tenga de más realista habrá que ponerlo fundamentalmente
en el haber de los etruscos.
Los escultores romanos trabajaron
principalmente el mármol, muy
abundante en Italia; fundieron muchas esculturas en bronce, de pequeño o
gigantesco tamaño, pero puede decirse que todos los materiales fueron tallados
por ellos, desde la madera a las piedras más duras y ricas. En técnica
escultórica nadie aventajó a los romanos, que se sirvieron del trépano para las labores más profundas
(sobre todo el tratamiento del cabello).
El
tema predilecto de la escultura romana es el hombre. El hombre siempre
aparece concebido en función de su categoría social. Sin embargo, los
escultores romanos no se preocupan por el cuerpo humano embellecido, como los
griegos. El artista no es imaginador de formas ideales, ya que su misión es
seguir la naturaleza.
Otra característica muy importante es el anonimato del artista que es
considerado un funcionario. Hace estatuas y relieves históricos no para lucir
su estilo, sino para honrar a las autoridades. Los romanos admiran las obras,
pero desprecian a quienes las realizan, de ahí el anonimato de los artistas y
la inutilidad de estudiar la escultura romana por individualidades artísticas.
EL RETRATO Y
EL RELIEVE HISTÓRICO:
El retrato es, probablemente, el género
preferido en Roma. Se origina en el culto familiar a los antepasados, manes, más que en el culto funerario,
aunque luego estas imágenes vayan destinadas a la tumba. Respecto a las que van
al cementerio, se mantuvo durante mucho tiempo la tradición de figuras
genéricas con escasos signos de individualización. Existen numerosos ejemplos
de cipos en las necrópolis y vías de
enterramiento, siempre partiendo de que la costumbre del retrato sobre la tumba
es muy tardía. Las imágenes de los antepasados muertos iban destinadas al larario o armario que se conservaba en
la vivienda familiar.
La mayoría de retratos romanos que han
llegado firmados por sus autores -unos cuarenta- lo han sido por artistas
griegos y lo están en lengua griega. Pero si los artistas griegos aportaron su
técnica y destreza, los romanos impusieron su afición al retrato fisonómico,
descriptivo, realista y veraz. Impusieron, como clientes que pagaban, sus
gustos a los artistas.
El ius imaginum pertenecía, según
Polibio, sólo a las familias patricias, que usaban el retrato como culto
familiar y funerario, pero este derecho se va abriendo paso entre las clases
medias y plebeyas, que lo mantendrán durante más tiempo. Mientras los patricios
fueron los únicos en ser admitidos a las magistraturas ordinarias, ellos solos
poseyeron el ius imaginum; después se
extendió el derecho a las familias plebeyas.
A lo largo del tiempo hay una variación en
la forma del retrato. Se cultiva de cuerpo entero, de pie, sedente y ecuestre,
o sólo de la parte superior. Hasta tiempos de Octavio el busto sólo comprende
hasta el cuello. En el siglo I se va alargando hasta comprender ya parte del
pecho y los hombros. A fines de la centuria siguiente se esculpen ya retratos
de media figura.
La corriente idealista será patente en la
época de Augusto. Sus retratos testimonian el aspecto que debe tener un
gobernante perfecto: a los ojos de los romanos, Augusto tenía que aparecer como
un gobernante inteligente, bueno y poderoso. Esto significa unas dotes nada
comunes. Pese a su edad, la vejez no puede asomar al rostro, pues sería indicio
de decadencia, cuando las energías abandonan al hombre. De ahí esa joven edad
madura con que habitualmente se le representa.
Después de la muerte de Augusto, aparece
un nuevo tipo de retrato, en el que se presenta al emperador semidesnudo y
coronado de laurel. El último paso en esta marcha ascendente hacia la
divinización es figurarle con atributos divinos, tan excelsos como el águila
del padre de los dioses. A esta época pertenecen los retratos de Tiberio y Claudio.
El retrato con peinado bajo, con pequeños
mechones irregularmente dispuestos sobre la frente, perdura hasta Trajano. La
barba se generaliza a partir de Adriano. El retrato más importante de tiempos
de este emperador es el de Antinoo, el joven de Bitinia que, formando parte de
su séquito, para evitar la fatal desgracia que amenaza al emperador, se suicida
arrojándose al Nilo.
De las emperatrices, aunque
sólo algunas tienen actividad pública señalada, existen hermosos retratos, y,
como en el caso de los emperadores, sirven de jalones para conocer la evolución
del retrato femenino, en el que el peinado es factor aún más valioso. Destacan
los de Livia, mujer de Augusto.
Aunque en la actualidad son monocromos,
los retratos romanos se policroman hasta el siglo II. Al imponerse en esa fecha
la monocromía y quedar el globo del ojo en blanco, se inicia la costumbre de
rehundir la parte de la pupila.
En cuanto al relieve histórico, su origen hay que buscarlo en la costumbre de
conmemorar el triunfo guerrero de un capitán y en el deseo de eternizar en la
piedra estos triunfos guerreros. Los romanos van a utilizar el relieve
histórico en diversos monumentos: en los altares, en los arcos de triunfo, en
las columnas conmemorativas y en los sarcófagos funerarios.
A lo largo del tiempo, los romanos van a
ir perfeccionando esta técnica: al término de la República se generaliza un
tipo de relieve de origen helenístico en el que se recurre a efectos pictóricos
como la perspectiva y otros efectos de profundidad.
La obra capital del relieve histórico
pictórico es el Ara Pacis de Augusto, en el que se representa la procesión de
la familia imperial para hacer la ofrenda para la paz creada por el emperador.
Este gran friso alargado nos hace recordar el gran friso de las
Panateneas del Partenón ateniense, aunque aquí, las figuras son más
realistas y caminan con mayor naturalidad.
Posteriormente, los relieves del arco de Tito nos ofrecen un
tratamiento plástico que da mayor ilusión de profundidad. En la Columna Trajana se avanza en el
tratamiento compositivo y en la representación de tipos más realistas y
populares, alejados del idealismo helénico.
En cuanto a los relieves de los sarcófagos, en un principio se solía colocar un
medallón al frente con el retrato del difunto, denotando una clara herencia
etrusca, pero posteriormente se tendió a la composición continua con temas
míticos relacionados con la ultratumba. Más tarde, esta superficie frontal se
repartirá en espacios separados mediante columnas, fórmula ésta que será
adoptada por los cristianos.
MANUAL DE HISTORIA DEL ARTE
NOTA: Imágenes obtenidas de Internet