El 4 de noviembre de 1922 el arqueólogo británico Howard Carter realizó uno de los principales descubrimientos de la egiptología y de la arqueología en general, la tumba del joven faraón Tutankamón, en el Valle de los Reyes, situado cerca de la antigua ciudad de Tebas, la actual Luxor. Aparece indicada con el número KV62, no es ni la más grande, ni la más lujosa, ni por supuesto, la más espectacular. Pero sí es casi la única* que se ha descubierto intacta, sellada, tal como los antiguos egipcios la dejaron. Cuando Lord Carnavon, el aristócrata inglés que financiaba los trabajos de Carter, preguntó a éste lo que veía en el interior de la tumba por primera vez, contestó: “cosas maravillosas”. Entre las que más tarde se encontraría la máscara funeraria que portaba el faraón sobre su cabeza, que a su vez, estaba dentro de un impresionante sarcófago de oro puro de 110 kg de peso; éste, en otro de madera dorada; y ambos, en un tercero exterior de madera recubierto con láminas de plata. Los tres se encontraban depositados dentro de un gran ataúd de cuarcita. Carter y su equipo catalogaron los, aproximadamente, 5.000 objetos que encontraron en las cuatro pequeñas cámaras, terminando su trabajo diez años después. Todo este material se conserva en la actualidad en la planta superior del Museo de El Cairo.
Centrándonos en la máscara es una de las
piezas de orfebrería más perfectas de toda la historia del arte. Sus medidas
son de 54 cm de alto por 39 cm de ancho y un peso de 11 kg. Realizada en oro
con incrustaciones de piedras de adorno, entre las que sobresale el lapislázuli
de una gran calidad traído de las montañas de Afganistán. Además de cornalina,
turquesas, pasta vítrea, cuarzo y obsidiana. Se elaboró con una maestría
admirable, más aún, si tenemos en cuenta su antigüedad, pues nos estamos
remontando a la mitad del siglo XIV antes de J.C., es decir, hace unos 3350
años. Probablemente, lo más impresionante es la luminosidad que produce el oro
que inunda todo el rostro y lo llena de vida, a su vez, la combinación del
dorado metal con el azul intenso de pasta de vidrio imitando el lapislázuli que cubre en bandas paralelas
y alternas el tocado, produce un impacto cromático notable, acompañado del
colorido y vistosidad del resto de los materiales incrustados en el pectoral.
Hay que añadir la barba postiza hecha de oro y de piezas vidriadas, y el
detalle de las cabezas de un buitre y una serpiente situadas en la frente del
faraón, símbolos de su autoridad tanto sobre el Alto como sobre el Bajo Egipto.
Su mirada amable; serena; elegante; propia de un rey, se consigue
con unos grandes ojos hechos de obsidiana negra y cuarzo blanco. El propio H.
Carter dijo de ella: “La máscara de oro batido, una bella y única muestra de la
retratística antigua, tiene una expresión triste pero tranquila, evocando la
juventud truncada prematuramente por la muerte.”
La
parte posterior de la máscara no se descuida, muy al contrario, también está
cuidadosamente trabajada. El tocado sigue el mismo trabajo preciso del frente,
con un maravilloso trenzado donde se alternan bandas de oro y pasta de vidrio color lapislázuli que
finaliza recogido en la parte inferior. También aparece cincelado el capítulo
151 del Libro de los Muertos, en el que se identifica al faraón con los dioses
y le proporciona una vía segura para alcanzar la vida del Más Allá.
Por último, recordar que Tutankamón (su nombre significa el símbolo vivo de Amón) reinó poco tiempo, con nueve años llegó al poder y murió a los dieciocho, posiblemente de una herida infectada por una caída de su carro de caza, o algún problema genético que arrastraría desde su nacimiento. Su fama no sería la misma de no haberse descubierto su tumba sin saquear, como casi todas las demás. Pensemos por un momento como serían los tesoros depositados en la tumba de Seti I, varias veces más grande y lujosa que la del joven faraón, del que apenas se sabía nada antes del descubrimiento. Y, ya concluyo. Si se tiene la posibilidad, como yo he tenido, de poder contemplar de cerca en su urna de cristal esta maravilla de la orfebrería y del arte universal, olvidemos todo lo anterior y disfrutemos del momento, ya recapacitaremos después.
*Entre 1939-40 Pierre Montet encontró intactas las tumbas
de Psusennes I, Amenemope y Sheshonq II en Tanis.
R.R.C.