Pintado en 1618 es un óleo sobre tela de 99 x 128 cm. Se encuentra en la National Gallery de Scotland, en Edimburgo. Más que un personaje con una naturaleza muerta, esta pintura, por su complejidad, se presenta como una naturaleza muerta con personajes. Es, verdaderamente, un inventario de los utensilios de una cocina. Corresponde a su etapa sevillana, a ella pertenecen sus primeras pinturas costumbristas; fragmentos de naturalezas muertas que responden al estilo caravaggiano, es decir, tenebrista, en el que se juega con la luz y la sombra, y culminan en sus dos obras más importantes de esta etapa: “Vieja friendo huevos” y “El aguador de Sevilla” de 1620. La vieja podría ser la suegra del pintor y el muchacho un recadero que le servía de modelo.
En este cuadro es evidente el entusiasmo del joven pintor, tan sólo tenía 19 años cuando lo realizó, pues quería detenerse en cada elemento de la tela: el muchacho que parece salir de la sombra, con el melón amarillo bajo el brazo y la botella con reflejos luminosos en la mano izquierda; la vieja, atenta al diálogo y al trabajo, con el huevo en la mano izquierda, la cuchara de madera en la otra, rodeada de cacharros... Cada cosa está vista en detalle singularmente; cada elemento, sea un objeto o un personaje, logra encontrar su unidad en la luz reveladora de los volúmenes, las formas y los colores, según una rigurosa composición. En el primer plano, a la derecha, están alineados un plato con un cuchillo en escorzo, el mortero y las jarras; inmediatamente detrás, la figura de la mujer, a la luz, con la mano extendida, que constituye el elemento de enlace con la figura del joven. Todo tratado con un gran naturalismo, hasta podemos ver como el aceite chisporrotea en la cazuela de barro rojo anaranjado. Los tonos son cálidos; los marrones de la sombra; el amarillo del melón; el vestido de la vieja; el ocre de la mesa; en fin, una gran armonía graduada por la luz que inunda la obra.
La composición, se basa en una diagonal que va desde la cabeza del muchacho hasta el extremo de la mesa. La botella y la mano extendida de la vieja, constituyen el punto de enlace entre los dos personajes. Sin embargo, sus miradas no se cruzan, lo que ha dado lugar a diversas interpretaciones. Ninguna de ellas concluyente, al menos, las que yo he consultado. Mientras que el niño se dirige al espectador, la vieja tiene una mirada perdida difícil de explicar, aunque se ha apuntado que es una mirada inteligente, capaz de ver desde la experiencia el pasado y el futuro.
R.R.C.